Héctor Lavín
Pásenle al circo, donde la palabra como malabar pasa
de mano en mano y de voz en voz.
La naturaleza del circo es ser ambulante, no es que no
tenga arraigo, pero no debe permanecer estático, debe viajar, los carromatos y
los colores deben estar en otro baldío en otra plaza, por ello lo que se
empieza en un sitio va a darle la vuelta al mundo y regresa. Por ello dicen mis
amigos del Circo Literario que se mudan del café que les vio nacer y se van a
poner su carpa en otros cielos.
La calle de Regina, cuya magia nunca le ha abandonado,
-incluso cuando albergaba las casitas de cartón de indigentes antes de la
remodelación o los ladrones de arte sacro que robaron una pintura del Siglo
XVII del templo de Regina Coeli- fue testigo del evento en que se lazó la
editorial Circo Literario y lo que allí comenzó ahora continúa por Ciudad
Universitaria donde presentarán su primera edición, una antología poética. Los
jóvenes siempre tienen su magia.
A mis años, el tener el cabello largo y mi bigotazo a
la trailero setentero puede ser un obstáculo o un pequeño lujo. En mi caso es
un gran lujo, así que me unté mi mejor pachuli para irme al Café Raíz con todo
y mi bigote y mis sueños para conocer a los integrantes del Circo, me sentí
bien entre ellos, sin broncas y con la propuesta firme de dar voz a las calles,
de hacer y promover la literatura entre todos aquellos que se dejen.
Un circo es alegre, pero tiene su lado oculto de
tragedia. Detrás de una risa puede agazaparse una mueca. Un circo puede ser
visto como el ejemplo más atroz de la división de clases sociales, del
capitalismo salvaje, donde la familia real engreída de su abolengo o su
posición escalada en el estatus, no se mezcla ni se casa con los enanos ni con
los payasos de relleno que en sus ratos libres soldan y reparan la carpa o
limpian los corrales y jaulas. Pero en el Circo Literario solo se rescata la
magia, porque de eso no hay duda, en el circo hay magia y si hay magia entonces
también se puede lograr eliminar esos vicios circenses y convertirse en una
comuna envuelta en una gran carpa donde todos veneran a la palabra sin importar
edad ni condición de ningún tipo.
Es entonces cuando el circo de pulgas se convierte en
circo de elefantes gigantes que salen de la arena para adentrarse en la ciudad
entre edificios donde como en el Fantasma de la ópera “resuena el barritar de
elefantes”, porque se sabe que el circo
es magia y dolor, porque en el circo detrás de una sonrisa puede haber un
latigazo y entre trapecio y trapecio el amor y desamor vuela por los aires sin
red.
Pero en este circo la literatura es la atracción
principal, no hay animales maltratados y por tanto la magia es magia y la
poesía vuela por los aires.
Los integrantes de la Editorial Circo
Literario tienen un común denominador: Todos tienen 19 años. Comparten la misma
mirada de querer saberlo todo, la mirada de los jóvenes, que es la misma en
hombres y mujeres es la de querer participar en su tiempo y en este tiempo de
descabezados, de violencia, estos muchachos hacen de la palabra un tapete mágico que vuela por encima de la
ciudad pero que también se mete por ventanas y puertas para hacerse terrenal y
tocable.
Pero no discriminan. A mí que he vivido más que ellos,
que tengo algunas cicatrices, que estoy un poco cojo y un poco ciego no me
hacen el feo, así que aceptan amigos de todas las edades y por eso me siento
chido de entrar a su carpa. La entrada es gratuita a sus eventos. Como luego me
pasa ando de prángana y ya se me acabó el varo, en los eventos del circo me
puedo escabullir sin pedir nada o solo pedir una chela y tomármela con popote
para que me dure todo el evento y ni quien me la haga de tos. Es más, ni quien
me mire, en mi rincón soy como el hombre invisible. Eso me recuerda aquella
cantina clandestina perdida en los entonces terrenos baldíos de Coapa “La Casa de la Abuela ”, en la década de
los ochenta, donde por unos pesitos la abuela te podía dar una chela y una
dosis intravenosa de The Cure y Rigo Tovar o un licuadito de U2 con Chico Ché.
Marihuanadas
Entré en el circo. Estaba vacío, las gradas solas y la
pista silenciosa. Entrar a un circo vacío no da la misma impresión que entrar a
un teatro o un cine de sillerías solas e imponente silencio. En el circo no
hay fantasmas ni nada de eso. Decía que
entré, me envolvió el olor a pastura y a estiércol de los animales, olor a paja
y aserrín y un silencio total. Caminé y al llegar al centro de la pista grité
¿hay alguieeeen? De un trapecio se dejó caer una chica con mallones, se me
quedó mirando y como si me conociera de toda la vida me ordenó: Has vivido, resume…
Me quedé viendo el circo en penumbras, me alisé mi
bigote –Un viejo tic de la juventud- y
tomando un micrófono dije muy solemnemente: “el amor si existe, pero no
es eterno, el amor si existe pero la fidelidad no existe, pero de que existe el
amor, si existe”. Justo terminando de decir esta mi frase célebre que recordó a
Cantinflas, las luces del circo se prendieron y me alumbraron solo a mí, entre
el tronido de aplausos alcancé a distinguir al público conformado por elefantes
jubilosos y enloquecidos pero perfectamente sentados en la tribuna y los palcos.
Me descubrí vestido de mago y no tuve otra opción que quitarme el sombrero y
hacer una caravana.
El regalo quincenal
Les dejo con el video de esta rolita del Profeta del Nopal
y que da título a esta colaboración
quincenal.
http://www.youtube.com/watch?v=KvvZqEJcc-E&feature=related
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